Estaremos todos de acuerdo en que el uso que hacemos hoy de nuestra lengua dista mucho de la corrección y, sobre todo, del respeto que debemos a uno de nuestros patrimonios culturales más importantes.

En uno de sus informes, el Instituto Cervantes afirma que: “el futuro de una lengua depende de forma significativa de sus hablantes y, especialmente, de los hablantes de las nuevas generaciones”. Nuestros jóvenes cogen el testigo de los adultos, pero ¿les dejamos, acaso, una lengua cuidada en lo oral y correcta en la escritura? La respuesta no ofrece dudas sobre el uso que harán del idioma.

Es cierto que en toda época, la propia jerga y formas de comunicarse que niños y jóvenes han creado y siguen creando tanto hablando como escribiendo, hacen de sus relaciones algo personal y diferente. Pero en los últimos tiempos, el avance de la tecnología y el fácil acceso a sus herramientas con fines lúdicos o educativos, han desviado el problema en otra dirección. Si bien su uso razonable y con sentido común significa un progreso, también conlleva múltiples riesgos, entre los que se encuentra el deterioro lingüístico.

En los centros educativos, los profesores (ojalá no solo los que imparten Lengua y Literatura), se esmeran en promover el hábito lector, pero no siempre se produce el efecto deseado. Niños, adolescentes y jóvenes leen y escriben; incluso se afirma que es la generación que más utiliza estas habilidades, pero lo hacen en dispositivos móviles y en mensajes transcritos del lenguaje oral que reproducen errores ortográficos, elipsis, apócopes, falta de puntuación y todo aquello que convierte al español, una de las lenguas más ricas del mundo, en un lenguaje de signos e iconos que expresan mensajes inconexos e indescifrables.

En medio de este caos comunicativo y destrozo lingüístico, sería deseable que todo educador, padres o profesores, mostraran a sus educandos el camino correcto, enseñándoles el respeto a los diferentes registros comunicativos dependiendo del contexto y el destinatario, igual que se les enseña la corrección en la forma de vestir según el lugar y la ocasión. Tienen que entender que no es lo mismo una comunicación privada que la formalidad necesaria en el aula o en el trabajo.

Un problema añadido sería el mal uso que se hace de la lengua en las plataformas de las redes sociales, en las que cualquiera, con un dispositivo móvil y acceso a una red, se permite expresarse de forma pública y social sin tener en cuenta lo que allí queda, en muchas ocasiones, terriblemente mal escrito. Más de uno debería cuestionarse ser más cuidadoso en aras de su buena reputación digital y sobre todo, del buen legado lingüístico que dejarán a los que vienen detrás.

A este respecto hemos de valorar la labor emprendida por FUNDEU (Fundación del Español Urgente), que explica en una entrevista su director Javier Lascurain: “Tiene como foco principal de sus recomendaciones a los profesionales de los medios de comunicación, ya que nació en el seno de una organización informativa, la agencia EFE. Pero sus puertas están abiertas a todas las personas interesadas en el buen uso del idioma y eso incluye a profesores, estudiantes, traductores, correctores, blogueros, personas que intervienen en las redes sociales… La respuesta a las dudas que se nos plantean cada día es el principal objetivo para trabajar acorde con los nuevos tiempos, es decir, a velocidad de vértigo.”

Y es que el término “urgente” de FUNDEU, es clave para competir con los tiempos y el ritmo que necesita la RAE para ofrecer soluciones a los usuarios de la lengua.

Para quien se interese: fundeu.es