La sociedad actual abandera, defiende el respeto, la tolerancia con la diversidad familiar, nuevos modelos de familia, pero, aun así, todavía existe algún intolerante que trata de vulnerar, dañar el deseo de muchas familias de conmemorar días especiales, significativos por tradición y costumbre… Me cuesta entender ¿acaso celebrar el día del Padre o la Madre es estar contra la desemejanza, la aceptación de los diferentes tipos de familia?
Pues sin ánimo de ofender ¡No estoy de acuerdo!… Diversidad implica ponerse en el lugar del otro, comprender sus deseos, motivaciones y ambiciones desde su perspectiva, con intención de participar en su realidad de forma asertiva, respetando sus derechos, sus opiniones, su necesidad de reconocimiento y pertenencia a una sociedad. La diversidad se manifiesta cuando somos capaces de leer y sentir al otro, cuando respetamos su historia, costumbres y tradiciones. Cuando entendemos la necesidad de igualdad, inclusión y no discriminación para fortalecer la conciencia social, la interdependencia y enriquecer así el mundo de los afectos.
La diversidad supone la aceptación de lo diferente y conlleva el respeto no solo de los pensamientos mayoritarios, sino muy especialmente, también, de otros minoritarios.
La igualdad de verdad se manifiesta cuando se deja de señalar la diferencia porque se respeta el derecho a ser diferente. Una enseñanza con la que crecimos o deberíamos haber crecido.
La igualdad es un valor universal, transformador e imprescindible. Sin ella no existe crecimiento personal, aceptación social, progreso laboral o bienestar familiar.
La inclusión empieza por reconocer la diferencia como algo que existe en la sociedad. Un valor necesario que significa respeto a las personas con independencia de su género, orientación sexual, religión, estado social o tipo de familia.
Me entristece ver cómo grupos de presión tratan de imponer sus tesis minoritarias sobre tradiciones ampliamente arraigadas en la sociedad española y que tienen su razón de ser en valores culturales y costumbres adquiridas a lo largo de muchas décadas.
No intentemos cambiar los días del padre o la madre por el día de la persona especial o de la familia. No podemos borrar esos días del calendario justificando que hay menores que lo pasan mal porque su estructura de familia no es la tradicional, un padre y una madre. No podemos desnudar un santo para vestir a otro, no podemos engañarnos pensando que lo aconsejable, conveniente, es no celebrar el día del padre o la madre por existir otros modelos de familia, menos arraigados y, posiblemente (es una opinión personal), menos enriquecedores en lo que a educación y bienestar emocional de los hijos conllevan al no aceptar lo que hace feliz al otro.
Eduquemos a nuestros hijos en los hábitos y costumbres que desde la unidad familiar consideremos más beneficiosos para su desarrollo como “personas”.
Muchos de los que me leéis, sois amigos y pacientes. Conocéis mi trayectoria personal y profesional, la lucha encarnizada por mantener los valores que rigen la buena convivencia. Unos valores educados en una familia tradicional, con un padre y una madre. Ellos fueron los que me enseñaron a respetar el hecho de que existieran personas diferentes a mí, con otras vivencias y otros credos. Ellos fueron los que me enseñaron a querer sin condicionantes a las personas. Pero ellos fueron los que también me hicieron ver lo importante, conservar las tradiciones, aquello con lo que crecí y es recuerdo de una infancia feliz.
Aceptemos que el calendario contemple otros días, que conmemoren realidades sociales y familiares diferentes, pero no destruyamos aquello que para muchos es una tradición tan longeva y deseada. Sumar siempre es mejor que restar.
Convenzámonos, apoyar estos días es educar a los niños para que entiendan que la realidad de cada uno no es mejor ni peor sino diferente. Tratar con naturalidad la situación que vive cada persona es lo que ayuda aceptar la diversidad y evita vivir bajo la fijación de las diferencias