Nuestros 18 años de Siglo XXI nos han dejado ya grandes lecciones. Nada es como lo conocieron quienes promovieron los grandes progresos hacia la democracia, las libertades y el bienestar. Si bien la Historia se hace precisamente de cambios, este primer tramo del nuevo siglo lleva un ritmo de transformación tan veloz, que la mayoría no tenemos tiempo de asentar los aprendizajes, explorar de forma profunda lo que sucede y estabilizarnos en nada de lo que nos va pasando. Los acontecimientos nos pasan de largo, y la vida nos mira preguntándose hasta qué punto somos conscientes del valor del ‘AHORA’. Vivimos “on the move”. En constante movimiento.

Todo fluye más que nunca, más rápido de lo que jamás haya contemplado la humanidad conocida. Hay quien dice que estamos cumpliendo la repetición de un ciclo evolutivo que ya tuvo lugar hace muchos miles de años, cuando una civilización mítica llegó a un nivel de ambición y complejidad en su evolución que fue insostenible para el equilibrio de la vida y supuso su propia destrucción.

No parece muy fiable la posible existencia de la civilización Atlante, pero la idea de ser engullidos por la propia vida nos ofrece algo muy cercano a lo que estamos viviendo. Y es que si algo no se sostiene en este planeta, ese algo somos nosotros. Cuando una ve las mareas humanas en busca de una oportunidad a cientos de kilómetros de sus hogares, y toma consciencia de pertenecer a ese escaso 10% de la humanidad que paga sus facturas todos los meses, quiere naturalmente aferrarse a sus privilegios, pero no puede evitar preguntarse cuánto más puede llegar a contener nuestro pequeño porcentaje de mundo, ese otro que se desborda como un mar rabioso.

Fluir no es desbordarse. Hace 2.500 años, el filósofo Heráclito, llamado El Oscuro, dejó para la posteridad la máxima lapidaria “no te bañarás dos veces en el mismo río”. El fluir de la vida no nos permite permanecer en el mismo lugar, ni siquiera nuestras células, que mutan integralmente cada 7 años, son las mismas de un día para otro.

Las células cambian para crear un cuerpo distinto, igual que los ideales humanos mutan de generación en generación. El concepto de beneficio empresarial que tenían las empresas de ayer es insignificante para las empresas de hoy, la velocidad a la que recorríamos distancias hace 60 ó 70 años es extrema lentitud ahora, los ritmos de transformación social del pasado ya no nos valen, queremos los cambios “ya mismo”, la globalidad precipita una mutación socio-cultural en la que nos miramos sin ser capaces de reconocernos, los personajes “heroicos” (la actual ola influencer) caducan en pocas semanas…

¿Qué está pasando?, y ¿cómo estamos con lo que que está pasando?

Si no tomamos unos minutos al día para reflexionar sobre este vertiginoso discurrir de nuestro mundo humano que desborda el fluir de la vida, podemos estar enfrentando el final del mundo que conocemos.

Muchos ya reflexionan sobre esto y se preguntan qué hacer. La mayoría vivimos inmersos en la vorágine de la prisa, y aunque de vez en cuando nos preguntamos cosas, pasamos la mayoría del tiempo haciendo lo que hacen otros, a la velocidad que hemos aceptado sin preguntarnos por qué y para qué.

Hay que detener este ritmo porque no parece que tenga mucho sentido. Hay que impedir que la marea nos arrastre, y esto solo es posible cambiando las cosas en nuestro día a día como las células de nuestro propio cuerpo, que hoy sufre una variación imperceptible pero en 7 años es otro. Solo mirando con atención la vida y el mensaje que quiere darnos, podemos entender que este comienzo de siglo nos anuncia algo serio.

Soy de las que piensa que si no puedes responder con alegría la pregunta “¿para qué corres tanto, y hacia dónde crees que estás yendo?” es mejor que te pares y mires alrededor para saber si estás haciendo lo que es mejor para ti, y mejor para el mundo.