un pato cojo iracundoPor: Luis Pomed

En la jerga política estadounidense la expresión “pato cojo” alude a los cargos electos cuyo mandato está próximo a expirar y cuyo sucesor ha sido ya elegido. Nosotros, ajenos a toda inquietud zoológica, preferimos recordarles que están “en funciones”, lo que siempre suscita la duda de si no lo estaban antes, o de si no habíamos reparado que tienen unas funciones que desempeñar.

Sea como fuere, lo cierto es que las recientes elecciones presidenciales estadounidenses nos han deparado una novedad en la taxonomía política, el pato cojo iracundo y negacionista, que aglutina en sus acciones las dos primeras fases del duelo: negación e ira. En rigor, nada que pueda sorprender en un hombre cuyos primeros discursos tras ganar las elecciones en 2016 consistieron en denunciar un fraude electoral sistémico. En aquella ocasión el nuevo inquilino de la Casa Blanca no ponía en cuestión la legitimidad de su victoria electoral sino la del voto contrario. De modo que los demócratas habían de asistir perplejos a un espectáculo en el que se les acusaba de amañar un fraude electoral colosal dirigido exclusivamente a salir derrotados. El razonamiento —supuesto que el lenguaje permita esta contorsión lógica— solo puede sorprender a quienes ignoren la trayectoria empresarial del ciudadano Trump. Y es que hace cuatro años, Donald Trump obtuvo la mayoría del colegio electoral pero perdió en el voto popular, quedando casi tres millones por debajo de la candidata Hillary Clinton.

En 2020 Rosebud Trump se resiste a abandonar la Xanadú de la Avenida Pensilvania y, como buen adolescente, no duda en anteponer su voluntad a cualquier exigencia de racionalidad y concordia. El todavía presidente de los Estados Unidos podría haber dejado la Casa Blanca alardeando de haber organizado unas elecciones presidenciales en circunstancias harto difíciles. Podría haberse alzado desde su inanidad y haberse equiparado a algunos de los más grandes presidentes de la historia de la república americana, como Lincoln o Franklin D. Roosevelt, responsables de procesos electorales en tiempos de guerra civil y mundial respectivamente. Pero ha preferido derribar puentes, dificultar el entendimiento y ahondar en las divisiones que perjudican a esa nación.

Trump es un perfecto ejemplo del político populista: dispuesto a negar la realidad si esta no se acomoda a sus ensoñaciones. En cuanto tal, no ha sido el primero y es de temer que no sea el último en la historia. La terrible novedad radica en que ha sido el primer presidente de los Estados Unidos en poner en solfa el entero sistema sobre el que se asienta la legitimidad del primer mandatario y, en cuanto tal, comandante en jefe.

Los argumentos aducidos por Trump y sus abogados, encabezados por el tintado Giuliani, no difieren en absoluto de los empleados en 2016. Si entonces se quería que sirvieran para cimentar la victoria del candidato republicano, ahora se pretende que ayuden a cuestionar la legitimidad del candidato demócrata electo. Tanto da que la diferencia que separe a uno y otro supere los seis millones de votos populares, o que hasta la fecha ni un solo juez o funcionario estatal haya dado la menor credibilidad a las afirmaciones del político populista. Lo importante no es convencer sino vencer, quebrar la delgada línea de la razonabilidad política sobre la que se construye el edificio de la convivencia democrática y sustituirla por la adhesión identitaria basada en el miedo.

Pues lo grave no es que un orate se aferre al sillón presidencial, sino que haya quienes presten oídos a sus desvaríos. Debemos preguntarnos qué ha hecho que setenta y tres millones de electores renueven su confianza en un candidato como Rosebud Trump y si no debiéramos ser capaces de construir alternativas a la política del miedo que él personifica. Miedo y desconfianza hacia sus conciudadanos que le han llevado al extremo de tratar de ignorar los resultados de las urnas y sustituirlos por la decisión de los legisladores estatales, a algunos de los cuales habría exigido que actuaran para impedir a toda costa el acceso de Joe Biden al que cree su Xanadú exclusivo. Parece olvidar que un pato cojo tiene pocas posibilidades de sobrevivir.