Letona

Antonio Cabrera

ANTONIO CABRERA

Antonio Cabrera realiza una semblanza de José María López de Letona, fallecido el pasado 18 de abril

Acabo de enterarme de la muerte de José María Martínez López de Letona. Mi querido amigo José María. Letona, como a él le gustaba llamarse. Sorpresa, incredulidad, pena y rabia me atenazan desde que esta mañana he tropezado en internet con la devastadora noticia de su muerte.

El Domingo de Ramos había disfrutado -por teléfono- de su animada charla. Me contó ilusionado sus renovados proyectos -siempre vital y apasionado- cuando terminase el confinamiento que nos tiene secuestrados. Incluso habíamos concertado una comida para celebrarlo. Sin embargo, la muerte, camuflada de contagio hospitalario, lo acechaba el Jueves Santo, tras una caída accidental y su ingreso en Puerta de Hierro. Otra víctima insospechada, apenas una semana después, del COVID-19

Al dolor por su pérdida se añade, como en todas las víctimas de esta terrorífica pandemia, otro más íntimo de rabia e impotencia provocado por la incomunicación del confinamiento que sufrimos, el obligado “protocolo” sanitario y la nefasta gestión de un Gobierno irresponsable, mentiroso, imprevisor e inepto. Por su muerte en absoluta soledad. Por no saber nada y no haber podido hacer nada. Ni siquiera asistir a su funeral ni a su entierro. Por no haberlo podido acompañar en su último viaje. Ni tampoco a su familia, con quien aún no he logrado hablar cuando escribo estas líneas.

Conocí a Letona a principios de los 80, con motivo de su visita al Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial donde yo acababa de aterrizar como ingeniero aeronáutico. José María ya era entonces un experto y brillante ingeniero industrial que con su entusiasmo habitual -para mí el principal rasgo de su carácter- venía a homologar una patente que había registrado y que -me decía- iba a revolucionar el universo de la lubricación y la fluidodinámica. Desgraciadamente, la falta de financiación y la escasez de recursos para investigación propios de la época dieron al traste con su invento. No importó. No había caída de la que Letona no fuera capaz de levantarse, otra cualidad sobresaliente de las muchas que lo adornaban. Su fortaleza de ánimo para superar las adversidades de la vida. Su espíritu emprendedor, luchador y decidido con los que igual podía afrontar una cruel enfermedad que lidiar con los más duros contratiempos como ejecutivo de una importante multinacional o tenaz empresario. Como el valiente, arriesgado e inteligente emprendedor que siempre fue.

Después, los vericuetos de la vida nos llevaron por caminos diferentes. Él siguió con sus ilusiones intactas como brillante empresario mientras, para su sorpresa, yo daba un cambio radical a mi carrera profesional, cambiando la investigación y la universidad por la Milicia. Sin embargo, el azar volvió a reunirnos veinte años después, en Torrelodones (yo ya vivía en Hoyo de Manzanares), con motivo de mi asistencia a una conferencia de Luis del Pino en el Ateneo -tan querido por él- sobre los enigmas del 11.M y los Peones Negros. Un gratísimo reencuentro que desde entonces nos hizo inseparables.

Letona

José María Martínez López de Letona

Por aquellos años (2003) el inconmensurable Miguel de Guzmán -amigo común y genio universal, quizás junto a Rey Pastor el mejor matemático español de todos los tiempos- acababa de crear en Torrelodones la Escuela de Pensamiento Matemático. No sé si de forma autónoma o deslumbrado por el genio, la cosa es que Letona dio un giro radical a su carrera. Con la fe de un converso, José María abrazó su nueva y definitiva vocación: la matemática y su enseñanza atractiva, su divulgación, la búsqueda de la excelencia como objetivo educativo fundamental y la promoción de niños con talento matemático.

La inesperada muerte de Miguel de Guzmán un año después (14 de abril 2004), en circunstancias muy similares a la suya, “infección muy virulenta” según noticias de la época, determinó que Letona tomara el relevo al frente de la Escuela de Pensamiento Matemático. Continuó la labor de Miguel de Guzmán e impulsó su desarrollo hasta alcanzar su auge actual. Dedicación que no impidió que continuara participando en la vida cultural y política de Torrelodones. Y en otras muchas otras cosas, como inventar la Gymkhana Matemática -otra de sus ideas geniales- y “exportarla” después a numerosos pueblos de la Comunidad de Madrid. Y escribir artículos, libros, colaborar en tertulias radiofónicas.…etcétera.

Sin embargo, hay aspectos de su carácter poco conocidos, que hablan de su espíritu ecuménico y renacentista. Su infinita curiosidad, su generosidad y lealtad insobornables. Su tesón y pasiones “ocultas”. Por ejemplo, la mar. ¿Se imaginan a Letona patroneando un yate? La misma sorpresa tuve yo cuando me contó eufórico que se había sacado el título de patrón (algo nada fácil, por cierto)… ¡a los 70 años!

De su generosidad guardo recuerdos imborrables. Como su apoyo -siempre entusiasta- cuando en 2003 fundé el Partido Independiente de Hoyo de Manzanares (PIH) y su participación en nuestra candidatura a la alcaldía en las elecciones de 2007. De su lealtad inquebrantable también me dio muestras emocionantes e inolvidables, aún antes de que los tribunales dictasen sentencia. Cuando algunos -y algunas- aprendices de canalla (sin saber que éramos amigos) quisieron enfangar mi honor y mi buen nombre con gravísimas acusaciones de maltrato.

Todo eso, su sentido de la justicia, su inteligencia, su pasión por cuanto hacía, incluso sus cabreos monumentales, que también los tenía, es lo que hace que para mí José María sea una persona irremplazable, diferente y única. Lo que, como cuenta el zorro al Principito, ha hecho que sea precisamente esa persona, y no otra, mi amigo del alma. Lo que, como cantan las universales sevillanas de El Adiós, hace que algo se muera en el alma cuando un amigo se va y va dejando una huella que no se puede borrar…

Sit tibi terra levis. Semper fidelis. Hasta siempre, compañero.