La literatura. Tres varones escriben diversas novelas que publican utilizando como seudónimo un nombre femenino. El engaño llega al punto de confeccionarse una biografía ficticia de la autora, que es galardonada con un premio literario de acrisolada trayectoria, intachable virtud y vocación crematística plantearía. Los autores acuden, sin afeites ni aderezo alguno, a recoger el premio, mostrando bien a las claras su viril condición. Desvelada la identidad de los autores y la paralela inexistencia de la autora, todo sigue exactamente igual y los tres amanuenses continúan con su ejemplar trayectoria literaria, que acaso habrá de coronar en un futuro próximo la obtención de un premio Nobel, el primero que se otorgue a tres escritores literariamente autopercibidos como una sola mujer. E plubius una.
El deporte. Convocadas elecciones a la presidencia de un club de fútbol superlativo, tanto que se trasciende a sí mismo y es más que un club, se presentan —en lo que ahora estrictamente interesa— dos candidatos. Uno de ellos describe descarnadamente a los socios y posibles votantes la situación financiera real del club; el otro, coloca una lona en un edificio cercano al estadio del eterno rival. Por si este argumento no fuera de suyo suficiente para dirimir la lid balompédico-electoral, jura y perjura que garantizará la continuidad del jugador estrella del club. Ni que decir tiene que el proceso electoral culmina con un triunfo arrasador del noi de la lona, una de cuyas primeras medidas consiste, justamente, en rescindir el contrato a la estrella argentina del equipo y futuro campeón del mundo. Al momento de escribir estas líneas, el noi de la lona continúa cultivando las virtudes de una canonjía que ya quisiera para sí el abad de Montserrat.
El periodismo. Una persona famosa en el mundo de la llamada comunicación audiovisual se ve en la irrefrenable necesidad de publicar un libro en el que figure como autor. Tras el descubrimiento de que la autoría no es ni siquiera intelectual, la periodista de marras sigue actuando ante las cámaras con el desparpajo propio de quien se sabe referente moral de una sociedad civilizada. Quizás se pregunte conmigo, amable lector, qué necesidad tiene nadie de escribir un libro, menos aún de que le escriban uno; acaso fuera más necesario que leyera alguno. Sería, cabe pensar, de mayor provecho.
La política. Sabido es que, en política, solo mienten quienes están al otro lado de la trinchera; nunca los nuestros. Si acaso en algún momento se llegara a descubrir que uno de los nuestros faltó a la verdad, dos son las reacciones que tal revelación ha de suscitar: Por un lado, resulta imprescindible arrojar sobre la otra trinchera el consabido reproche del “y tú más”, pues es de todos conocido el hecho irrefutable de que de la igualdad en la iniquidad resulta la moralidad de la conducta. Por otro, si la falta de conformidad con la verdad fuera extraordinariamente notoria e imposible la reparación del daño padecido, forzoso será convenir en que quien tal desliz cometió no era de los nuestros. Si “los nuestros” están machihembrados con la verdad, solo pueden faltar a ella “los otros”, de modo que quien miente o falta a la verdad lo hace porque se ha pasado a las filas del enemigo. El orden universal se recompone presto y el peligro de la duda se deslíe por ensalmo. Disipado todo atisbo de duda, se aleja la posibilidad de articular un diálogo civilizado, regido por el valor de la razón y la libertad de juicio. Se recompone la concepción barroca de lo político que solo persigue la confirmación de las ideas preconcebidas, la elevación a definitivo del prejuicio.