soledadDRA. ELSA MARTÍ BARCELÓ

Empiezo el año hablando de la soledad, la carencia voluntaria e involuntaria de compañía según la Real Academia Española. Lo que algunos buscan con insistencia y lo que otros encuentran sin buscar.

Una elección propia o impuesta definida por el deseo continuo de aislarse o por la incapacidad de lograr conectar con los otros. Un estado emocional importante sobre el que pensar, reflexionar con detalle, por su connotación negativa en muchos casos, ser una amenaza para los intereses, necesidades, preocupaciones de la persona.

Esta más que constatado el poder que ostenta la soledad en el bienestar psicológico, físico, mental de las personas. El protagonismo que alcanza como causa de patologías como la depresión, ansiedad o falta de autoestima, así de como de otros males físicos, riesgo de contraer enfermedades cardiacas. Al igual que está también demostrado sus muchos beneficios, crecimiento personal, capacidad de reflexión, creatividad e ingenio.

Por esta razón es por lo que interesa saber reconocer, detectar y diferenciar la soledad que nos hace presos, la que uno vive por falta de autoestima, por carencia de capacidad de interrelacionarse o de empatía, de aquella que uno busca con intención de satisfacer el deseo de estar solo. La obligada de la querida.

Todos somos conscientes de la motivación universal de pertenencia. De la necesidad humana de conexión, anhelo generalizado de existir en sociedad. De la dependencia del ser humano a la aceptación interpersonal, a la atención y muestras de cariño, a la preocupación y miedo al abandono, a la necesidad de compartir a pesar de su autosuficiencia, al fin de alcanzar el sentido de identidad colectiva.

No obstante, sería imprudente de nuestra parte subestimar lo dañina que puede resultar la soledad en muchas ocasiones. Infravalorar su papel al no reconocer su verdadera esencia e identidad. Cómo puede perjudicar la manera de actuar y comportarse de las personas cuando es mal entendida; cómo puede anular su capacidad de pensar con lógica para llegar a entender y comprender, hacer propio lo que somos, seres sociales necesitados de cariño y cercanía para actuar así en consecuencia. Cómo puede confundir su forma de actuar llevándole a buscar el aislamiento, la autonomía o la independencia como solución a la incertidumbre, dolor o sufrimiento o cómo de manera intencionada le lleva a maltratar y menospreciar a los que le rodean, aquellos que le dan apoyo y son su refugio en momentos de incertidumbre y desesperanza, vacío, desamparo o falta de apego.

Así pues, es un hecho evidente e incuestionable lo necesario que es para su dominio reconocer esta emoción. Ser conscientes del papel que desempeña al formar parte de la experiencia humana acrecentando o no la autoestima en el ámbito personal, estableciendo o no vínculos interpersonales satisfactorios, estables y duraderos en el social, condicionando formas de pensar, sentir, actuar y reaccionar para bien de la persona o mal del entorno.

Educarnos en dar un significado correcto a la “soledad” es lo que determina obtener buenos o malos resultados de un aislamiento. De ello, el crecimiento personal y emocional o la incomprensión causante de relaciones superficiales poco satisfactorias.

Está claro que somos nosotros, con la interpretación de la soledad que hacemos, los que elegimos abrir o cerrar un mundo de posibilidades y oportunidades.

La gestión de la soledad empieza cuando detectamos su causa y entendemos su origen, las experiencias emocionales que nos llevan a estar solos. Cuando nos capacitamos para procesar la disconformidad que existe entre las relaciones que tenemos y que desearíamos tener en cuanto a calidad y cantidad, la soledad por falta de vínculos significativos o la causada por falta de relaciones afectivas y profundas, personas acompañadas que se sienten solas por la incomprensión e intolerancia. Cuando entendemos cómo para algunos no es grato sentirse aislado, desconectado, marginado o excluido y cómo para otros es un estado voluntario para revisar sus necesidades, anhelos y deseos, motivaciones de vida.

La soledad que nos hace libres es la que se reconoce, se habla y se comunica, la que engrandece la cualidad de saber estar sin nadie, sin sentirse excluido, aislado, apartado, rechazado o incomprendido.