salvo-poder-ilusionLuis Pomed Sánchez

Se atribuye a Vladimir Ilych Ulianov, alias “Lenin”, la paternidad de la frase que sirve de título a estas líneas. Nada podría sorprenderme menos que esta afirmación de realismo político de labios de quien hiciera tanto por conseguir y conservar el poder y tan poco por sus compatriotas. No dudó Lenin en evitar a su país los desastres de la Gran Guerra y sustituirlos por el salvajismo de una no menor guerra civil. Promulgó el comunismo de guerra, para pasar luego a la apertura capitalista de la Nueva Política Económica (NEP), anticipo de la mezcla de neoliberalismo económico feroz y dictadura política brutal que con tanta sabiduría ancestral practica actualmente el Partido Comunista Chino. En fin, asumió con elegancia los resultados de las elecciones a la Asamblea Constituyente, que disolvió violentamente al final de su primera y última sesión. Todo cuanto hizo desde que llegara al poder tras el golpe de noviembre de 1917 persiguió el único objetivo de asegurarse para sí y los suyos un poder incontestable e irresistible.

Salvadas las distancias, siderales, y sin imaginar siquiera que puedan sobrepasarse los límites, inexistentes para el dirigente bolchevique, a la acción de gobierno, lo acaecido en la política española reciente es una perfecta lección de realismo político. Desde la noche misma del 23 de julio, el candidato socialista se atuvo a la realidad, en tanto que otros vivían en una auténtica ensoñación, pues la fantasía política no es monopolio exclusivo de los dirigentes independentistas enjuiciados por los jueces del Tribunal Supremo. Ha sabido manejar los tiempos y, consciente de que las prisas son malas consejeras, no se ha dejado llevar por la impaciencia. El poder ha caído en sus manos (rectius: lo ha retenido) como fruta. Los obstáculos que parecían impedirle lograr sus propósitos no han sido superados, sino que se han diluido como por ensalmo.

Las reticencias a una concesión de amnistía a los encausados por los hechos del “procés” han podido ser salvadas gracias a la conversión de la exposición de motivos de una ley en núcleo de control. No es la menor de las paradojas advertidas estos días el hecho de que los preámbulos, carentes de contenido normativo, se transforman en clave del enjuiciamiento del articulado de las leyes a las que preceden. Ahí es nada, pues si el requisito de validez de la norma consiste en la existencia de motivación suficiente, difícil será negar este carácter a un preámbulo oceánicamente largo, por muy empalagosa que resulte su prosa o discutibles que nos parezcan sus aseveraciones. Ni la motivación de la norma puede confundirse con los móviles de quienes la postulan, ni su exigencia permite sin más juzgar la consistencia de las razones de un legislador que solo se muestra omnisciente tras aprobar las leyes, nunca antes de o durante su tramitación.

La transformación de los preámbulos de las leyes ha venido acompañada de la mutación del término “negociar”, transmutado en sinónimo de concesión. En el caso más renombrado, los acuerdos con Junts no plasman programa alguno de gobierno sino una transacción que, perfeccionada, supone la entrega de los votos a cambio de medidas que benefician exclusivamente a los propios afiliados de Junts. Un acuerdo que déu-n’hi-do. Materias había para una eventual negociación razonable, pero casi todas han quedado inéditas, pues ya se sabe que lo urgente quita tiempo a lo importante, y nada más urgente que dar respuesta a la pregunta esencial de la actividad de los políticos: “¿Qué hay de lo mío?”.