Por: Doctora Elsa Martí Barceló
La ansiedad un trastorno frecuente entre nosotros. Una enfermedad que tiene que ver con la vida acelerada que llevamos, con satisfacer las exigencias de la vida cotidiana y los “debes” personales.
Una emoción común a todos nosotros que aparece cuando en un momento dado de nuestra existencia tenemos que realizar un esfuerzo intenso y mantenido para actuar de forma rápida frente a aquello que perturba nuestro bienestar presente o enturbia nuestro futuro, pero que también puede ser considerado como un signo de trastorno mental si se vive desproporcionadamente.
Bajo el término ansiedad se engloba una serie de cuadros clínicos con un común denominador, un estado de desasosiego, aprensión a nivel psíquico y de malestar corporal.
Una emoción compleja por lo que esconde y supone. Una emoción que nos acompaña y se manifiesta frente a aquello que interpretamos como amenazante, desafiante, intimidante o que percibimos como un peligro para nuestra identidad e integridad, cuando en realidad puede no serlo. Una emoción que se desata y desboca cuando nos cuestionamos si tenemos o no capacidades y habilidades para hacer frente a esas situaciones.
Una emoción buena de sentir si mejora el desempeño, la eficacia y el rendimiento de nuestras acciones. Y mala de experimentar si no cumple con la función de adaptarnos al medio, si no incita a luchar y pelear frente a los peligros internos y externos que dañan nuestra salud mental y nos impiden conseguir lo deseado.
Una ansiedad negativa si nos hace estar malhumorados, irritables, tristes, obsesionados o preocupados de forma insana con las situaciones o experiencias de vida; si evita que nos ocupemos de lo que hay que hacer para cumplir los objetivos y logros que nos hemos marcado; si provoca en nosotros un sentimiento de inseguridad, desconfianza y discapacidad para llevar una vida normal en lo personal, social o laboral.
Una emoción saludable de sentir si cumple con la función adaptativa de protegernos frente al peligro; si es ocasional, normal y natural; si no es continua, intensa, desproporcionada o inmanejable porque entonces ya sería un signo inequívoco de enfermedad.
Una emoción, la ansiedad, relacionada íntimamente con el miedo incapacitante, porque afecta a nuestra calidad de vida en el presente y augura desesperanza ante el futuro; que nos hace dependientes de otros por sembrar en nosotros dudas y temores. Una emoción cuya causa no solo está en las relaciones interpersonales, enfermedades o problemas laborales, sino también en la forma de ser, en el grado de auto exigencia, intolerancia a la crítica o la incapacidad de poner límites a nivel personal; de tender a querer lo mejor del mundo en que vivimos y de las personas que nos rodean…
Una emoción imprescindible de dominar por todos los efectos que trae consigo a nivel cognitivo, emocional y conductual. Por disminuir nuestro poder de concentración y atención, por interferir en la toma de decisiones, por crear en nosotros un estado de preocupación intenso, constante e injustificado. Por hacernos sentir atrapados en la desorganización y desestructuración; por generar en nosotros conductas de escape, evitación o bloqueo y no de afrontamiento; por sembrar hostilidad en nuestra persona, cuando estamos poseídos por ella; y por no ser capaces de valorar de forma objetiva lo que somos o tenemos.
Una emoción imprescindible de gestionar para evitar una actitud de sobre análisis y rumiación mental poco constructiva, y tender a anticipar e imaginar siempre lo negativo que puede ocurrir y no lo positivo.
Una emoción que hay que sentir en su justa medida, con la que hay que aprender a convivir más que a luchar. Cómo nos hace sentir depende de nosotros en nuestra forma de percibirla; como amenaza, reto o desafío, como algo que nos perjudica o como algo que nos estimula a conseguir, sin miedo a ser evaluado o cometer errores, sin la necesidad de aprobación de los demás.