siniestro-totalLUIS POMED SÁNCHEZ

El próximo 7 de mayo, sábado y conmemoración de santa Gisela, “Siniestro total” dará su último concierto en Madrid. Será el final de una banda que ha fluctuado tanto en su composición —nació como trío, para convertirse tempranamente en cuarteto y se despedirá como sexteto— cuanto en los estilos musicales cultivados, pues la constante impronta punk de sus letras se ha acompañado habitualmente de una envoltura rockera en los ritmos. Se pondrá así brillante colofón a cuarenta años durante los cuales la banda viguesa nos ha regalado algunas de las mejores letras de canciones, ha versionado con acierto las obras de otros compositores y nos ha dejado algún enigma insondable sobre la evolución de nuestra sociedad.

En cuanto a las letras, es preciso dejar constancia de una cierta continuidad “neomarxista”, que va desde el romanticismo de la inolvidable “Fuera las manos chinas del Vietnam socialista” (“Echaremos al chino vil//disparando nuestro cañón//mataremos al invasor//Ay chinita, dime que sí//Ay chinita, dame tu amor”), a la advertencia sobre el posible fin de la humanidad en “Pueblos del mundo, extinguíos” (“Ya no hay trilobites en el mar//en Siberia no queda ni un mamut/Las ballenas desaparecerán//así que, humano, ya solo quedas tú”). Por supuesto, las inquietudes filosóficas del grupo no se agotaron con las enseñanzas de don Carlos y ofrecen su versión más metafísica y trascendente en la terrible “¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?”. Ninguna duda cabe de que todos los cultivadores de las flores de Bach o Mozart se harán eco de la duda sobre si estamos solos en la galaxia o acompañados, si existe un más allá y si hay reencarnación. ¿Y qué puedo decir del lirismo de “Tan hermoso”? (“Tus dientes como perlas//tus ojos son zafiros//el nácar de tus uñas//tus pies como pezuñas”).

Siniestro Total ha sido un grupo honesto en el reconocimiento de sus influencias y generoso en las versiones que nos ha ofrecido de grandes temas de la música. Por supuesto, nos viene inmediatamente a la mente la terrible historia de ese camarero que tuvo que emigrar a una isla del Caribe y a quien, lógicamente, invadía la morriña, el dolor del mítico Breogán (“Miña terra galega”, versión acaso mejorada de Sweet home Alabama). Como también sabemos que son Siniestro total (“Somos Siniestro total”) como si de una autopista al infierno (Highway to hell, de AC/DC) se tratara, del mismo modo que Brenda Lee es consciente que si cantan es por ella (“Si yo canto” y My whole World is falling down). Entre el producto interior bruto, ¿cómo olvidar ese “Dios salve al conselleiro” que tanto se asemeja al “Dios salve al lehendakari” de Derribos Arias?, o cómo no preguntarse si cuando los vigueses proclaman “Vamos muy bien”, en realidad resisten la comparación con la buena marcha de Obús.

Enigmática resulta la suerte de esta banda. Han compuesto canciones capaces de irritar a fundamentalistas religiosos (“Ayatola” o “Mi nombre es Legión”), ecologistas en acción o inertes (“Matar jipis en las Cíes”), feministas y abolicionistas (“Cuánta puta y yo qué viejo”), defensores de la infancia (“Bestialismo preescolar”), narcotraficantes desocupados (“La corbata colombiana”) e incluso a antiguos miembros del grupo (“Más vale ser punki que maricón de playa”) y, sin embargo, pueden anunciar su último concierto con el elocuente título de “Cuarenta años sin pisar la Audiencia Nacional”. Quizás se disuelvan porque no es previsible que la cuenta aumente demasiado: en estos cuarenta años hemos perdido sentido del humor, que es tanto como decir que hemos perdido inteligencia y generosidad. Quizás se disuelvan porque, en estas cuatro décadas, entre todos hemos convertido la libertad y el respeto a los demás en bienes menguantes. Lo que parece probable es que el día 8 de mayo de 2022 seremos algo menos dichosos y civilizados. Que nunca nos digan qué les debemos porque la cuenta es impagable.