Escribo estas humildes líneas mientras en las calles se ha liberado el ya clásico alborozo con el que la ciudadanía recibe la fiesta del libro. En un país lector y reflexivo como el nuestro, nada alegra más la vida de los paisanos que entablar conversación sobre los méritos y deméritos de la poesía bucólica y pastoril o acerca de las bondades de don Gonzalo de Berceo frente a Corín Tellado, cada cual en su contexto.
El día del libro lo es también de presentación de novedades editoriales, entre las que destaca la obra que motiva esta somera recensión, el Manual de Todología. Consejos para triunfar, escrito de consuno por algunos de nuestros más preclaros todólogos habituales de las tertulias en radio, televisión, redes sociales y ateneos universitarios varios.
La obra se abre con un capítulo que lleva por título “El mundo es de los valientes”. En él se insiste en esa advertencia que ya hicieran Los Punsetes con su habitual lirismo: Fuera miedos, que “un montón de temas sueltos e inconexos aguardan el veredicto del experto”. Usted es experto porque así se auto percibe y no se deja amilanar. Es imprescindible opinar sobre cualquier asunto; estudiarlos es de cobardes y melindrosos, que no está usted para perder el tiempo. Haga de sus redes sociales una atalaya de la opinión rotunda y de la pomposidad estilística. Los autores insisten en la conveniencia de opinión sobre todos los temas y con la mayor celeridad posible, que la fugacidad del tiempo no se erija en obstáculo a nuestra vanidad.
En el segundo capítulo, “Su tiempo es oro”, se recuerda al lector la variabilidad del tiempo: pesado para el todólogo, liviano para el auditorio. Cuando le inviten a usted a participar en cualquier tertulia, de las que proliferan por el universo mundo, mire con condescendencia a quien le indique el tiempo del que dispone para hablar. Ese tiempo es el mínimo, aquella porción que debe ocupar en agradecimientos varios, siempre expresados en términos tales que deje bien a las claras que le hacen perder su tiempo —que ya hemos quedado en que es valioso—. Hable cuanto quiera y sobre los temas más variopintos, siempre pontificando y siempre desde la suficiencia que da ser consciente de que, como también nos han reconocido Los Punsetes, “todo lo que piensas es importante”. Y como es importante, que el auditorio pague gustosamente con su tiempo.
El tercer capítulo, “De bien nacidos es saber ser agradecidos”, desaconseja desperdiciar los agradecimientos. Estos son una inversión y solo deben ser dispensados a quienes puedan volver a hacernos un favor. No hay cosa más ridícula que mostrarse agradecido a quien nos ha ayudado sin ejercer patronazgo alguno, a quien no pretendió conformar una capillita o cenáculo. Absurda pérdida de tiempo sobre la que los autores del Manual advierten: lejos de nosotros el error de ser agradecidos mirando hacia el pasado; las gracias, como toda adulación, debe hacerse con la vista puesta en el futuro. Venimos a triunfar y lo haremos sobre el olvido de cuantos nos han ayudado. Esa es nuestra grandeza. Y a quien no le guste, que se pase a Tik Tok.
En fin, el cuarto capítulo versa sobre “El arte de insultar pidiendo perdón”. Es una auténtica delicia, cuya lectura justifica por sí sola la compra de esta magnífica obra. En él se hace hincapié en que el todólogo, como el político, con el que establece una fértil simbiosis, no ofende jamás con sus palabras. Los aludidos se ofenden porque no tienen la capacidad de desentrañar la profundidad y versatilidad del pensamiento todológico. Por eso, el todólogo no se disculpa, sino que identifica con acierto a quien “se ha sentido ofendido” por haberle mentado a la madre o haberle imputado la comisión de un delito. Reconozco haber cerrado el libro con un punto de tristeza: tanto saber que se perderá como caracteres en la red social y tanto aspirante a todólogo que invierte su tiempo en no estudiar sin la seguridad de que pueda ser tertuliano matutino en la televisión y vespertino en el casino de la localidad.