GARY
Conocido entre los cristianos como Moisés el Egipcio, Maimónides nació en Córdoba, en 1135. Descendía por línea paterna de una dinastía de jueces rabínicos del siglo II. Fue iniciado en estudios bíblicos y talmúdicos y, cuando contaba trece años, el fanatismo almohade obligó a su familia a simular la conversión al Islam y a deambular por la España musulmana hasta exiliarse en Egipto.
Fue médico, rabino y teólogo. Trató de conciliar fe y razón, religión y filosofía –posición muy controvertida por el judaísmo– y llegó a dominar el pensamiento medieval tanto en el mundo islámico como en la escolástica cristiana. Tuvo gran influencia, entre muchos otros, sobre Tomás de Aquino.
Al final de su vida escribió una carta a su hijo, paradigma de principios éticos –más allá de aspectos estrictamente religiosos– para los jóvenes de todo el mundo y todas las épocas:
“Hijo mío:
Escucha la instrucción de tu padre y no desprecies las enseñanzas de tu madre.
Exprésate pausadamente en todo momento y alejarás la ira que hace pecar a los hombres. Cuando la hayas apartado, recuerda que la humildad es la más importante de todas las cualidades.
A través de ella reflexionarás constantemente acerca de dónde vienes y hacia dónde vas. Debes saber que solo serás un gusano y una lombriz: en tu vida y en tu muerte. Ten presente que quien se enorgullece de sí mismo por encima de la humanidad peca de soberbia, porque… ¿de qué puede enorgullecerse un hombre? La riqueza empobrece tanto como enriquece. Y el honor, acaso, ¿no procede de Dios? ¿Con qué derecho se puede presumir de un honor que solo a Él le pertenece?
Por más que te revistas de inteligencia, quites el habla a los más expertos y arrebates el discernimiento a los ancianos, todos seréis, al final, iguales, porque Él –en su cólera– abatirá a los erguidos y levantará a los caídos. Tú habrás de caer por ti mismo y Él te levantará.
Para comportarte humildemente, tu cabeza debe estar gacha y tus ojos mirar hacia la tierra, aunque tu corazón aspire a las alturas.
Cualquier hombre deberá ser, a tu juicio, más grande que tú. Si es inteligente o si es rico, hónralo. Si él es pobre y el rico eres tú –o más sabio que él–, considera que tú eres su deudor y él tu acreedor, pues si él peca será un pecador involuntario, pero tú, en cambio, lo serás voluntario.
Si un hombre sabio mantiene una conducta inferior e inmoral con los demás; si les demuestra ira y desprecio; si su inteligencia no se mezcla con la de ellos ni actúa con honradez y honorabilidad, profanará a Dios. Cuando un hombre que lee y estudia condena, no perdona y no entrega su saber con generosa devoción, ¿qué podrá aprenderse de él?
Cuando pienses en esto te cuidarás de la soberbia y cuando te afiances en la humildad hasta sentirte inferior a cualquiera, vivirás feliz con lo que tienes.
En todo momento el espíritu de Dios estará sobre ti como un amo ante su esclavo. Si alguien te llamara, no respondas en voz alta sino con suavidad, como quien está ante su maestro. En el momento de la oración, aparta todo asunto mundano de tu corazón. Purifica tu pensamiento y medita cada palabra antes de que salga de tu boca. Si así lo haces durante todos los días de tu efímera existencia, tus palabras, tus actos y tus pensamientos serán rectos”.
Maimónides vivió en El Cairo hasta los sesenta y nueve años, dejando numerosos tratados médicos, religiosos y filosóficos. Pero también legó esta pequeña carta que con extrema sencillez enaltece el inmenso valor de la humildad que tanto se ha visto vulnerada por el hombre en su tortuoso y despótico recorrido por los tiempos.