Julio Pareja – 

Entre los fieles que asistieron al Sermón de Montesinos el 4º domingo de Adviento de 1511 estaba uno que tuvo después una gran importancia en la defensa de los indios del Nuevo Mundo y una tremenda repercusión en la Historia de la Conquista: el Padre Cristóbal de las Casas, posteriormente Obispo de Chiapas, gran héroe del siglo XVI español por su defensa de los indios.

Pero las limitaciones a los encomenderos en cuanto al trato a los indios y la prohibición de esclavizarlos (vigente desde las Leyes de Burgos de 1512 durante toda la Conquista por Ordenanzas reales) fueron apoyadas además por una Bula papal cuyo origen nos adentra en la vida del que, para mí, es con Montesinos y Las Casas el tercer gran héroe de la conquista de América.

Fray Bernardino de Minaya nació en Minaya en 1489, profesó como dominico en 1519 y marchó a las Indias en 1527, concretamente a México en misión de evangelización en las provincias de la Nueva España. Ayudado por conversos cristianizados por él  mismo pasó a Nicaragua, luchando siempre contra el trato que daban los colonizadores a los indios, y posteriormente, enterado de las conquistas de Pizarro, consiguió ser enviado a Perú, donde tuvo gran cantidad de enfrentamientos con el conquistador, al que llegó a mostrar ordenanzas del emperador que prohibían la esclavitud consiguiendo que algunas incursiones se detuvieran. Pero repudiado por los españoles, que llegaron a quitarle el mantenimiento, tuvo que volver a Panamá y de allí a México.

Su llegada a la Nueva España coincidió con una provisión del Presidente del Consejo de Indias, el cardenal García de Loaysa que, influido por las teorías de Fray Domingo de Betanzos (dominico que negaba la completa humanidad de los indios) ordenaba la venta de hasta diez mil de ellos como esclavos. Decidido a luchar contra semejante injusticia, y provisto de una carta del Obispo de Oaxaca y otras de franciscanos y del Obispo de Santo Domingo, embarcó en Veracruz para España viviendo de las limosnas hasta que consiguió llegar a Sevilla y desde allí a Valladolid. El Emperador estaba en el Norte de Europa, pero la Emperatriz, gracias a la mediación de un miembro del Consejo de Indias, le dio cartas para el Papa, Paulo III, provisto de las cuales se encaminó a Roma.

Recibido por el Papa merced a las cartas de recomendación, le convenció de la necesidad de poner fin al maltrato que se daba a los indios. Paulo III redactó una Bula, la Sublimis Deus, en la que se puede leer:

“…Nos…consideramos, sin embargo, que los indios son verdaderos hombres y que no solo son capaces de entender la fe católica, sino que, de acuerdo con nuestras informaciones, se hallan deseosos de recibirla… tales indios y todos los que más tarde se descubran por los cristianos, no pueden ser privados de su libertad por medio alguno, ni de sus propiedades… y no serán esclavos, y todo cuanto se hiciere en contrario será nulo y de ningún efecto…”

 

La Bula fue enviada directamente por Minaya a los obispos de América sin obtener antes la autorización del Emperador, lo que contravenía los tratados existentes que daban a la corona de Castilla una autoridad sobre el Nuevo Mundo prácticamente absoluta. Carlos V consiguió que el Papa dictase un Breve unos meses después dejando sin efecto la Bula, pero ésta estaba ya distribuida por el padre Las Casas, e incluso estudiada en Salamanca, donde parece posible que tuviese gran influencia en los escritos del padre Francisco de Vitoria, considerados hoy como la verdadera base del Derecho Internacional.

Cinco años más tarde, las Leyes Nuevas, con la aprobación del Emperador, seguían paso a paso las disposiciones de la Encíclica.

Bernardino de Minaya fue recluido dos años en un convento, enviado posteriormente a predicar en la cárcel de Valladolid, y se le prohibió volver a América.

Y cayó en el olvido de la Historia.